Un centenar de trabajadores inmigrantes deambulan desde hace semanas por las comarcas olivareras de Córdoba, cuya capital es Baena. Como ocurre en la vecina provincia de Jaén, los jornaleros —magrebíes y subsaharianos, en su mayoría— buscan tajo en la campaña de la aceituna. El número fluctúa porque no suelen quedarse más de un par de semana en el mismo sitio. Y es que, como se viene repitiendo desde que comenzó la crisis hace un lustro, los agricultores vuelven a tirar de la mano de obra local, también en paro. “He hablado con el patrón que me ha contratado los últimos años, pero me ha dicho que en esta campaña yo no trabajo; que va a trabajar él con su familia”, cuenta Llibrei, nigeriano de 30 años que lleva 10 en España.
Los peones españoles que se habían cobijado en el andamio durante el boom inmobiliario han retornado a los cultivos. Y las obras de las viviendas donde muchos de ellos trabajaban cuando les sorprendió la crisis sirven ahora de refugio para los marroquíes, saharauis, mauritanos, malienses o nigerianos que hacen parada en Baena para buscarse un jornal.
“Esto es el edificio de Naciones Unidas”, dice con sorna Omar, de 33 años. Procedente del antiguo Sáhara español, lleva 13 años en la península y ha terminado durmiendo con otros compañeros en una promoción inmobiliaria a medio construir en Baena. La fachada de la hilera de casas presenta todos sus ladrillos reventados. En el interior, se distribuyen como pueden una veintena de inmigrantes. En una de las casas, Omar y sus compañeros explican que tienen su permiso de residencia y de trabajo en regla pero que sus renovaciones dependen de los contratos de trabajo, temporales o no, que vayan firmando. Y con esa espada de Damocles, se lanzan a las carreteras en busca de un hueco en las campañas agrícolas que sirva para justificar su estancia en España. Una aventura que les expone, además, a posibles explotaciones por parte de empresarios sin escrúpulos. “En Fuente Palmera me han ofrecido solo 12 euros al día por trabajar a destajo en la recogida de la naranja”, se queja un trabajador que prefiere no dar su nombre.
“Autobús, autobús y más autobús”, continúa Omar, quien es capaz de recitar de memoria la decena de ciudades y provincias de España en las que ha estado en los últimos meses. Él y tres de sus compañeros comparten la buhardilla de una vivienda ocupada. La mantienen bien aseada. Cuatro colchones organizan el espacio y una cocina de butano con dos fuegos sirve para hacer la comida del día. Cebollas y zanahorias esperan para sofreírse.
Hoy no les apetece ir a comer al puesto de la Cruz Roja de Baena que reparte diariamente un centenar de desayunos, almuerzos, meriendas y cenas, además de mantener un servicio de duchas y lavandería para transeúntes. La organización mantiene todo el año un Centro de Estancia y Acogida Temporal de Inmigrantes con 26 camas que acoge a personas procedentes de los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta, Melilla y Canarias. Baena es para ellos su última parada antes de tratar de regularizar su situación.
Pero desde noviembre a finales de febrero, el puesto de la Cruz Roja se convierte también en el último clavo ardiendo para los inmigrantes que llegan a la comarca en busca de un empleo en la campaña del olivar. “La mayoría de las 26 camas están ocupadas por personas que vienen de los CETI, aunque las que quedan libres las dejamos para los jornaleros”, dice Juan Manuel León de Toro, presidente de la Asamblea de la Cruz Roja de Baena. “Además, contamos con dos casas de acogida, con capacidad para 16 personas, que destinamos a los jornaleros”, añade.
Pero estas camas no son suficientes y los inmigrantes buscan refugio en sus coches o en casas a medio construir. Hasta que les descubren y les echan. Como le ha ocurrido a Umar Bari, de Guinea. Con 38 años, lleva dos semanas en Baena, durmiendo en una obra abandonada. “Pero esta mañana han empezado a poner ladrillos con cemento en la entrada. Esta noche ya no podremos volver”, cuenta a las puertas de la Cruz Roja.